UN PEDAZO DE MI VIDA
UN TRAZO OSCURO DE MI VIDA
(RELATO DE UNA SIMPLEZA QUE CAMBIA MI HISTORIA)
“¿Qué es la verdad? Pregunta difícil,
pero la he resuelto, en lo que a mí concierne,
diciendo que es lo que te dice tu voz interior”
Mahatma Gandhi
Cuando se enfrenta una hoja en blanco, al parecer las 27 letras del alfabeto se trenzan en una ardua lucha tratando de dar coherencia a esas ideas que galopan raudas en la imaginación de un literato neófito. Debe también tenerse en cuenta qué tipo de narrativa se utilizará, ajustándose a la regla general de describir hechos, acciones y juicios de la manera más despersonalizada posible, es decir, en tercera persona y, sobretodo, recordar que “lo que el silencio calla la conciencia lo otorga”.
Pero este pequeño esbozo hará una confrontación a lo general y se tratará en primera persona justo después del punto final de este párrafo, pues hará referencia a un pedazo de la semblanza de un simple ser humano…yo. Les pido tener en cuenta la sintaxis y la semántica para que la lectura y su intención no caigan en manos de la mala interpretación, y si un error de dicho talante aparece, espero que sea obviado…al fin de cuentas no tengo la escritura por ejercicio ni vocación.
Otro obstáculo es cómo hacer ameno, consecuente y entendible el dibujo de una historia para que para otros no sea eso…una simple historia, y aquí trataré de aplicar la respuesta de nuestro Nobel Gabriel García Márquez, en una entrevista que le hiciera el periodista Daniel Samper Pizano, que en uno de sus apartes inquiere al escritor de cómo hacer un relato para que éste sea exitoso, a lo que de manera jocosa responde, palabras más, palabras menos: “hay que iniciar con un párrafo que dé cuerpo y una idea general de lo que se va a desarrollar, un final inesperado y, en medio de los dos, una buena trama”…fácil…¿o no?
Otro óbice, igual que el anterior, sustentado por Jacques Lacan, alumno del padre del sicoanálisis Sigmund Freud, en uno de sus tantos seminarios sostenía que “el significante en cuanto tal, no significa nada”, y que como ejemplo ilustraba el hecho que un escritor, por más que quiera transmitir a través de sus palabras garabateadas el mismo sentimiento y fuerza como fueron inspiradas, ningún lector lo hará ni si quiera de manera semejante como su autor.
Cabe anticipar que la cronología de esta corta biografía puede intercalarse, trocarse, algunas veces, u olvidarse de fechas exactas, pues el cerebro de un hombre de mi edad tiene la vitalidad de un joven pero por momentos la eficacia de un anciano. También que esta historieta se acompañará de un archivo fotográfico y facsímiles para aterrizar este sin fin de palabras y cuentos entrelazados.
Mi nombre es simple, común y hasta llamativo porque la letra L se repite tres veces…Víctor León López Lopera…cosa que, supongo yo, es una antítesis del buen gusto y un chascarrillo que mis padres parecieran haberme jugado y también la vida, pues de León ya no tengo ni la melena por mi calvicie temprana.
Tengo 42 años, nací en la ciudad de la Eterna Primavera, he sido su habitante gran parte de esos abriles, y durante mi vida he tenido muchos altibajos, más sinsabores que otra cosa, con una infancia a la sombra de un padre de régimen hitleriano que murió hace ya veintidós años.
Tengo cuatro hijos, Katerin de 23 años, Mileidy de 21, Stiven de quince y Salomé de 19 meses. Todos concebidos en diferentes madres, y como diría mi abuelo materno de forma burlesca y hasta satírica como Peralta, personaje central de En la Diestra de Dios Padre, una colorida obra antioqueña de Tomás Carrasquilla: “batidos en diferente chocolatera pero con el mismo molinillo”, cosa de lo que no me enorgullezco, pero que me hace rememorar una frase de Woody Allen: “solo existen dos cosas importantes en la vida. La primera es el sexo y la segunda…no me acuerdo”.
Tengo 3 sobrinos, Jason López de 24 años, vive en Estados unidos, maldecido por un excesivo gusto por los carbohidratos y algo sibarita. Alejandra Hoyos de 21 años, estudiante de Medicina en la Corporación Universitaria Remington, altiva, a veces huraña, con una personalidad desparpajada. Por último, Laura Marcela Hoyos, de 17 años, estudia publicidad en la Universidad de Medellín, metódica, alegre, de frases satíricas como chispas de oro que nos arrebatan más de una sonrisa.
Dentro de mis haberes más preciados está mi núcleo familiar primario: mi madre, Luz Mariela, una matrona abnegada, rezandera, que estudió sólo hasta quinto primaria, que levantó una familia zurciendo ropa, bajo la tenue luz de una lámpara de una máquina de coser, y cocinando caldo de ojo de res como “único” suplemento vitamínico. Mi hermano Freiner de 41 años, un hombre de férreos principios, testarudo, amante del trabajo honrado, que no consume licor ni cigarrillo y que vive hace dieciocho años en los Estados Unidos. Mi hermana Mary, abogada de profesión, una mujer luchadora, perseverante, “mamagallista” y fiel copia de la verraquera paisa. Nos caracteriza la unión, el respeto por el Otro, la reflexión locuaz, calmada, argumentada y oportuna y el cobijo presto cuando alguno tiene un infortunio.
Desde los catorce años he ejercido algún tipo de actividad económica, desde vendedor de paletas y seguros, guarnecedor de zapatos, hasta administrador junto con mi madre una agencia de arrendamientos, que era propiedad de mi padre, y como dirían mis amigos…sólo le faltó ser p...
En mis años mozos fui líder comunitario en mi barrio a través del Club Juvenil Campo Valdés, que con diversas actividades, como torneos de microfútbol, ferias, participación en obras de caridad en hogares geriátricos, recolección de mercados, entre otras, luchaba, junto con un grupo de jóvenes imberbes e inexpertos, para integrar y mitigar las necesidades mínimas de mi comunidad, y de paso, zanjar disputas entre bandas rivales usando como arma un balón de 60 centímetros de circunferencia.
Igualmente pertenecí al Grupo Juvenil Ilusiones, un adminículo de la Parroquia el Calvario del barrio Campo Valdés, el que he habitado por más de veinte años, y fungí como catequista de dicha parroquia por siete u ocho años, del cual fui coordinador por un año hasta mi retiro de las lides cristianas
Fui profesor de español y literatura de los grados décimo y undécimo en la Institución Educativa Alfonso Mora Naranjo en el barrio Campo Valdés y del Colegio Bello Oriente, ubicado en el barrio del mismo nombre. Fui el primer profesor de primaria que tuvo la Escuela San José del Pinar, ubicado en uno de los tantos cinturones de miseria de Medellín, y del que tuve literalmente que huir por el asedio de grupos ilegales.
Cuando inicié mis estudios universitarios ingresé al Voluntariado de mi Alma Máter, inspirado en la larga trayectoria previa al servicio comunitario y eclesiástico y en una frase de la Madre Teresa de Calcuta que reza "el que no vive para servir, no sirve para vivir". En él se me dio la oportunidad de participar con orgullo en el proyecto Antioquia Mía, cuando era gobernador de Antioquia Aníbal Gaviria Correa, una de las columnas bandera de dicha administración, donde viajé a muchos municipios de Antioquia brindado atención integral en salud y diversión apoyados el por Programa Aéreo de Salud de Antioquia.
Además, mientras estudiaba medicina en la Universidad de Antioquia, fui investigador en el proyecto “Sostenibilidad del programa de atención primaria en salud a los habitantes del asentamiento de Vallejuelos, Medellín”. En el que, con la guía del docente Jorge Humberto Botero, se atendía en consulta externa a esa población vulnerable a la vez que se recolectaban los datos necesarios para dimensionar y cuantificar la prevalencia de sus patologías. Mirando en retrospectiva, debo reconocer que estábamos en una contraposición ingenua e inexperta a la afirmación de Voltaire que se cumple día a día: “el arte de la medicina consiste en entretener al paciente mientras la naturaleza cura la enfermedad”.
Por azar y vocación me gradué hace cinco años como médico de la Universidad de Antioquia, una profesión tan noble e ingrata como el hombre mismo, teniendo siempre presente el juramento hipocrático, ejerciendo mi profesión hasta un 4 de julio de 2012 en la ESE Metrosalud UPSS Manrique. Para ser ajustados a la verdad, estos primeros renglones contienen una de las grandes aflicciones de mi trasegar fútil y que han dado al traste con muchos sueños y realidades y que son el fundamento racional para justificar este relato.
Soy en definitiva un bohemio frustrado, lector voraz de biografías y relatos fundamentados en la veracidad cotidiana, ex viajero frecuente en moto por nuestras bellas montañas, algo acucioso, a veces irascible de rasgo equilibrado, amante de compartir en familia, de pocos amigos, cinéfilo ocasional de todo tipo de películas menos de las mal llamadas de terror y con dos frases que enmarcan mi vida: “cuando te sientas víctima, recuerda cuántas veces has sido verdugo” de un autor anónimo, y “no es quién seas en el interior, son tus actos los que te definen”, referida, con la agudeza que caracteriza a las mujeres, por la actriz Katie Holmes como parte de su parlamento en la película Batman Begins (2005).
Inicié mi práctica como médico en Pueblorrico (Antioquia), un pedazo de tierra con fama de que no es ni pueblo ni es rico, al suroeste de nuestra geografía antioqueña, en la E.S.E. Hospital San Vicente de Paúl, a dos horas y media si se va “envasado” en una ambulancia con una emergencia. Trabajé un año en total, la mitad como coordinador médico. Allí aprendí lo frágil de la seguridad social de este país que aporrea al usuario y enriquece a los dueños de su maquinaria, lo torpe que se sale de la universidad donde nos enseñan muchas cosas inaplicables en la realidad, a aceptar con desdén que todos tienen derechos pero al parecer uno no y a hacer en dos cuadras dos o tres consultas informales con los mismos pacientes, perdón…clientes de turno. Luego trabajé en la E.S.E Hospital San Rafael en Girardota, con una administración tan impecable como lo poco remunerado del sueldo, a quien debo mi desengaño de tener por jefe a una mujer que creía que el hospital era su casa y nosotros sus hijos.
Por una jugada de la vida, de esas carambolas de tres bandas que sólo se ven como efecto especial en billares de alto turmequé, empecé a laborar en la E.S.E Hospital Santa Margarita en Copacabana. Corría agosto de 2010. En él, como siempre, traté por igual desde el que nos cuida la espalda poniéndole el ´pecho a los usuarios desbordados por la impaciencia, armados sólo de un quepis, pasando por aquellos que “tabletiando” una caja registradora amontonaban las pocas monedas que producen los ingresos de urgencias, sin olvidar el personal de servicios generales que me hacían prácticamente volar para no pisar por donde estaba trapeando.
Iniciaba siempre saludando con cordialidad, con la esperanza de no tener emergencia alguna, de esas que hacen que se formen nudos ciegos en la garganta. No hago distinción de rangos entre compañeros de trabajo, los considero parte de un engranaje humano, en que más que una escala social es un deber de responsabilidad y respeto con el Otro. Ese Otro, con mayúscula inicial, es un término acuñado por el sicoanalista Jacques Lacan, que proviene del latín alter (el otro entre dos) e indica las relaciones de mi Yo ego con un semejante y, en ciertas condiciones, señala las relaciones de ese yo con su antítesis.
Por lo regular trabajaba con denuedo, con alegría, sin atemorizarme por los retos, contando, cuando las circunstancias lo permitían, una de las tantas historias derivadas de la milicia, de la rutina estridente, de las miles de fábulas y anécdotas de este “oficio”, que discurren en este velar por la salud ajena, que se hace por momentos una carga pesada y alienante. No puedo negar que de cuando en cuando un chascarrillo picante salía de mi boca y que robaba sonrisas hilarantes de los participantes de la tertulia, que veían en mí una persona descomplicada y, sin presumir, carismática.
A pesar de ello, de mi personalidad tranquila y a veces desparpajada, siempre ponía barreras invisibles para que el respeto no se difuminara y evitar malentendidos, para que la relación laboral no trascendiera a algo más que del deber de prodigar a cada paciente la certeza y tratamiento proyectado según sus característica particulares. Fui y soy un amante de la soledad y por eso evitaba y prescindía de ser un compañero de licor y tertulias ocasionales, evitando las interacciones sociales de copas que se hacen por deporte y asistiendo sólo a aquellas que eran parte de una celebración colectiva institucional. Eso explicaba el trato cariñoso, cercano, con ciertas restricciones, para poner en cintura la confianza desmedida que tanto se ve entre el personal médico y auxiliar de enfermería que desdibuja y hace perder la objetividad frente a un ser que busca nuestra ayuda.
También he sido algo despistado y desdeñoso en las cosas del amor no fraternal, porque sé que hoy por hoy es un sentimiento de corto vuelo y con muchas complicaciones. Tengo un concepto particular sobre el amor y la genitalidad construida a partir de la Teoría Triangular del Amor Romántico, del sicoanalista Robert Sternberg.
En ella se describen la existencia de tres componentes diferenciados en este tipo de amor: pasión (deseo de estar con la otra persona y que el sexo con ella sea gratificante), intimidad (capacidad de compartir nuestros deseos , sentimientos y secretos con la otra persona) y compromiso (certeza de que pase lo que pase esa persona no nos olvidara o dejara en la estacada), cosa inobservable y utópica en estos tiempos en que tal sentimiento se basa en el cuerpo, el estatus y las apariencias como los antiguos valores griegos. Además veo en el aforismo, acuñado en el siglo XIX por el moralista francés Sébastien-Roch Nicolas, que reza, “el amor, tal como se practica hoy en la sociedad, no es más que un intercambio de dos fantasías y el contacto de dos epidermis”, un certero resumen del mal llamado amor.
He evitado tener cualquier tipo de relación sentimental con una compañera de trabajo, incluyendo con mayor razón a los alumnos. Pero no intuí, no preví el “ardid” fraguado por una practicante de auxiliar técnica profesional en enfermería. Yo no era su profesor en propiedad ni era quien calificaba su desempeño, pero si le ayudaba, como a los demás, como parte de su entrenamiento a entender el qué, el por qué y para qué se hacía esto o aquello. Ella veía en mí algo más que un médico, que un amigo, que un compañero y que una guía de su instrucción.
Ella tenía, para ese año 2010, 22 años de vida, 17 años más que los míos. Con un nombre corto, sonoro, que permitía epítetos y distorsiones…Kaori Koizumi, cuya combinación genética entre padre japonés y madre paisa le permitió tener un cuerpo delineado, menudo, con unas prominencias que invitaban a actos no santos. Completaba su figura con una tez canela, como recién bronceada, cabello largo, lacio y negro natural, con ojos rasgados de mirar penetrante e inquisitorio y no tan pronunciados como los de su ascendencia. Contrastaba su belleza exótica con una inteligencia y capacidad de trabajo que la hacían destacarse de las demás y con un ángel que atraía como miel a conocidos y extraños.
Ocasionalmente compartíamos las lides del trabajo. Comencé a recibir uno que otro dulce, recibía sus llamadas cuando estaba el triage o en el servicio de urgencias siempre con la excusa de tener alguna duda o para resolver alguna consulta puesta por la enfermera jefe.
Comenzamos, junto con sus compañeros, a almorzar casi a diario desde noviembre de 2010, y entre chanza y chanza conocí parte de su historia y a crecer en mí un sentimiento al que por temor no le daba nombre. Supe que había procreado a Juan Pablo Escobar Koizumi, con seis años cumplidos para ese mes y año, a los quince o dieciséis años con Alexánder escobar. Con él tenía serios inconvenientes de toda índole, porque según ella, en los nueve años de relación el amor había desaparecido paulatinamente por golpes, maltratos y desatenciones y que se sostenía teniendo por excusa el primogénito. Dichos problemas incluían varias separaciones, y en medio de ellas, amoríos ocasionales que parecían no suplir la permanente necesidad de amor y atención.
Y llegó el 17 diciembre de 2010, fecha en la que el hospital de Copacabana realizó la integridad navideña. Yo me encontraba en el turno diurno en urgencias y no estaba entre mis planes asistir por físico cansancio, pero ante la insistencia de los demás compañeros de trabajo, y luego de bañarme, cambiarme de ropa y “acicalarme” un poco emprendí camino para la finca en la que se hacía la reunión.
Como era de esperarse, allí se encontraba desde el gerente hasta los practicantes de las diferentes áreas. El licor corría como un río y bañaba cada paso de baile. Concursos, sorpresas y regalos completaban el cuadro embebido del sopor de las horas que transcurrían entre copa y copa. Cuando me sentí algo desinhibido, me atreví a sacar a bailar a esta joven estudiante lejos de la mesa en la que estaba sentada…¡qué bello momento! Charlábamos animadamente hasta que sin timidez y con osadía le expresé que me gustaba como mujer, como amiga y como persona…la sorpresa fue mayúscula cuando escucho su respuesta…“que sentía lo mismo”. Intercambiamos teléfonos apurados porque su “cónyuge” fue a sacarla literalmente de la celebración.
Y como todo al inicio en este amor terrenal, que por lo general incumplimos según el precepto bíblico de la Carta de San Pablo a los Corintios 13, 1-13, la ilusión galopaba y se alimentaba de encuentros furtivos mientras Kaori daba fin a su relación. Compartíamos besos robados y mensajes anónimos dando paso al enamoramiento (palabra subdividida en amor miento por Walter Riso en Amar o Depender). Volamos en la magnificencia del amor y planeamos a mediano plazo hacer nuestro propio nido. Nunca había formado un hogar en propiedad y sentía que era el momento y la persona adecuada.
Concebimos a nuestra hija Salomé el 12 de marzo de 2011. Sólo tres meses después de empezar a salir, apenas conociéndonos de soslayo, lo que hizo que replanteáramos nuestras vidas. Decidimos vivir juntos desde mayo del 2011 en Copacabana, en la casa de su madre, por cuatro razones. La primera, ella no quería separase de su familia durante nuestro embarazo porque tuvo muchas complicaciones desde su inicio . La segunda, es que a pesar de que yo ganaba para la fecha un salario que superaba los tres millones de pesos, tenía obligaciones financieras que debía poner primero a paz y salvo, sin contar con que mi madre dependía económicamente de mí. La tercera, Kaori deseaba permanecer con la bebé cuando menos seis meses para luego trabajar y aportar al hogar para hacer más fácil satisfacer lo material. La cuarta, era que queríamos unirnos ante los ojos de Dios de “smoking” y vestido largo teniendo a amigos, familia y conocidos como testigos, pero ella se había casado en un arrebato por lo civil con un ex compañero de estudio y eso había que finiquitarlo primero.
Compramos una gran cama, una preciosa cuna, un equipo de sonido, trastos y chécheres de diversos tamaños y usos, una nevera, un portátil, un Play Station 3, ropa para nuestra Salomé, muy pequeña y colorida con sus respectivos zapatos, más diminutos aún, que nos robaban cada cuanto unos profundos suspiros. Cafetera, vasos, vajillas, cobijas, sábanas, juguetes, entre otras cosas también se añadieron a la cantidad de compras y junto con ellas nos metimos en una habitación de dieciséis metros cuadrados, pensando siempre en una futura y saludable independencia.
Especulábamos que el diciembre del 2012 era un mes probable y plausible para resolver algunos entuertos a nuestro favor y enfrentarnos a construir un futuro para nosotros y nuestros dos hijos. Salomé nació el 22 de noviembre de 2011 a las 17:55 horas en la Clínica Soma, pesó 3.470 gramos y midió 52 centímetros (fotos 21 a la 24). Sana, rozagante, de llanto conspicuo y agudo, que me hizo gimotear de alegría con su presencia. Enriqueció nuestras vidas y nos enfrentó a nuevos retos. Yo para la época ya trabajaba en la E.S.E. Metrosalud UPSS Manrique por prestación de servicios como médico en urgencias y el sueldo, de más de cinco millones de pesos, nos permitió satisfacer con holgura nuestras necesidades primarias.
La relación de pareja sufría algunos traspiés, sobretodo porque Kaori era muy celosa y posesiva, y como decía Walter Riso “cuando el amor toque a la puerta, entrará como una tromba: no podrás dejar fuera lo malo y recibir sólo lo bueno. Si piensas que amar es igual a felicidad, equivocaste el camino”. Yo, en contraposición era más tranquilo y menos inquisitivo. A esto ha de sumársele la diferencia de edad, ¡ella dos años mayor que mi primogénita!, y de instrucción, que a veces nos alejaba de nuestros objetivos porque olvidábamos que la vida no es clara u oscura si no que tiene muchos matices, que dependen no sólo del nivel socio cultural, sino de las propias conveniencias, del entorno y de la heredad de la crianza. Nuestras discusiones eran a veces fuera de tono pero aprendimos incluso a arreglárnoslas en medio de ellas.
Salimos a flote, zanjamos algunas diferencias y celebramos nuestro primer año de convivencia en el 2012, cuya fecha, si no estoy mal, y espero que Kaori no me “oiga”, era el 21 de mayo. También era motivo de celebración del mes número 6 de Salomé (foto 25). Ya Kaori estaba buscando trabajo y éramos felices, contradiciendo a Sigmund Freud que decía que “la felicidad en el hombre no existe porque es un ser en falta”, llenos de sueños y propósitos que incluían un matrimonio y comprar una casa.
Y llegó el día sublime y fatídico. Lo primero, porque desde ese día y hasta ahora he reflexionado, aprendido y reorientado positivamente mi presente y mi futuro. Lo segundo, porque a la larga significó una separación dolorosa que me conminó a una soledad sin fin y a complicaciones que me llevaron a una depresión que requirió de un psiquiatra, la toma de fuertes medicamentos y permanecer encerrado en la casa materna desde la separación hasta la fecha.
Nunca desde el año 2001, cuando comencé a manejar moto, había tenido percance alguno, tal vez dos infracciones de tránsito por no usar el casco y uno que otro “madrazo”. Siempre he sido precavido, manejando a la defensiva, cumplidor de las normas de tránsito porque en mi trabajo he aprendido por experiencia qué le sucede a quien usa como coctel el alcohol y la gasolina, qué le ocurre a quien abusa de la velocidad o qué le acaece al que se hace el de la “vista gorda” cuando se encuentra un pare o semáforo. Nunca uso el pito para “empujar” a un peatón desprevenido que comete alguna contravención de tránsito o al vehículo que está en frente. Mi política es la legalidad, excepto cuando compro “preservativos XS”, que dolorosa confesión, en los que me escabullo a la farmacia como un ladrón. Mantengo mis papeles al día y a mi nombre y mi única demanda penal, de la que salí favorecido, fue hace años ya por negarme a darle la leche Klim a mi hija mayor para que las tías no se la comieran con azúcar.
El miércoles 4 de julio de 2012 salí de trabajar de Manrique. Había terminado a las 13:00 horas mi servicio en consulta externa. Como era habitual tomé mi moto de placas ISB 22B, luego de ponerme el casco y el chaleco “reflectivo”, y bajé por la calle Barranquilla para tomar la avenida regional sur - norte rumbo al barrio Villanueva parte Alta en Copacabana donde vivía con mi familia: Kaori, Juan Pablo y Salomé. Iba por el carril derecho a una velocidad permitida para este tipo de vías y, pasando por el puente en el que se divisa Solla, adelanté un vehículo por la izquierda y regresé nuevamente a mi carril y me ubiqué tras de un furgón inmenso, como esos en los que se transportan productos cárnicos, que no me permitió ver que sobre ese mismo carril, en la recta frente a las oficinas del Metro, estaba parqueado un tractocamión. Yo maniobré para adelantar este vehículo y éste a su vez también trató de ganar el carril izquierdo, tal vez porque no me vio por su espejo retrovisor, lo que hizo que forzosamente cogiera el carril contrario…alcancé a ver ya el tractocamión encima, no tuve tiempo de decir o pensar en algo o en alguien y frené por reflejo, la moto cayó, se deslizó y quedó bajo el vehículo y yo me golpeé el fémur derecho contra la llanta trasera izquierda.
Conmocionado, quedé a un lado del tractocamión, a su costado izquierdo, invadiendo el otro carril y observé a su conductor hablando con desparpajo por celular parado cerca a la puerta. Vi la deformidad en mi fémur derecho y supe que no podría levantarme. A rastras, por mis propios medios, me desplacé hasta la parte trasera de este carro. Un señor, que no era el conductor del otro vehículo implicado, me facilitó su celular y llamé a mi compañera sentimental. Por suerte, arrimó la ambulancia del municipio de Don Matías, quien me auxilió con las debidas precauciones y me trasladó a la Clínica del Norte en el barrio Niquía del municipio de Bello.
Allí ingresé y fui atendido por un ortopedista de apellido Salazar. Quien luego de tomarme los rayos X, bajo una fuerte analgesia con morfina, me hizo diagnóstico de luxofractura de tobillo y peroné izquierdos y fractura distal de fémur derecho. Ahora sí, ¡¡¡a aprender a caminar en las manos!!! El sábado 7 de julio de 2012 requerí osteosíntesis en ambas extremidades. Fui dado de alta al lunes 9 del mismo mes y año y me desplacé en ambulancia junto con Kaori y nuestros hijos a Copacabana.
A mi hermana, siendo abogada, la nombré como mi apoderada para que me representara ante la Secretaría de Tránsito de Bello. Cayó en cuenta de manera incidental sobre las cámaras instaladas en las oficinas del Metro, sitio del evento del 4 de julio de 2013. Se dirigió un oficio a dicha Secretaría para que ésta hiciera la petición formal de la copia de los vídeos disponibles para que fueran “la prueba reina” en lo que se avecinaba desde el punto de vista legal. Y se consiguió, y en el archivo de la Secretaría de Tránsito de Bello reposa un CD con los dos vídeos y las fotos como testigos mudos de lo que pasó.
Esos primeros días, lo confieso, fueron lo más cercano al infierno que he podido vivir. Acostado, bocarriba, prácticamente desvalido, encerrado en una habitación, haciendo miles de maromas para ir al baño, soportando cómo mi Ángel, Kaori, me bañaba, me acicalaba, me impregnaba de crema para no sufrir escaras. Tuve que esperar quince días antes de poder montarme en una silla de ruedas añosa para desplazarme y, cuando menos, ir a la sala o al comedor.
Asistí a la revisión en la Clínica del Norte, donde me habían intervenido quirúrgicamente tres semanas antes. El ortopedista me dio unas recomendaciones generales sobre los cuidados generales de asepsia, una fecha para el retiro de puntos quirúrgicos y sobretodo en no apoyar ninguna de las extremidades.
Mi EPS SURA asumió mis gastos médicos luego de que agotara el dinero que aportara el SOAT para estos eventos. Me envió a consulta con el Dr. Gustavo Álvarez creo que en agosto de 2012, un ortopedista tosco que me envió de carácter urgente a iniciar terapias de rehabilitación, que para ser honestos me “dejaban de cama”.
Se me había olvidado hacer mención a la parte económica. Ya sin sueldo y en manos de una “limosna” que fatalmente tiene por nombre técnico subsidio de incapacidad, debí esperar casi dos meses para que la EPS realizara el primer pago. Las necesidades se tragaron de un solo bocado tan ínfima cuantía y nos vimos avocados, hablo de Kaori y yo, a una situación económica muy difícil. Acostumbrados a salir de compras o por diversión, a comer por fuera de cuando en cuando, entre otros placeres, debimos recogernos juiciosos en cuatro paredes, con un televisor de adorno.
Y entonces entendí lo que se escuché un día X, de un personaje Y, y que yo creía era un dicho popular: “cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana”. Éste es en realidad el título de una canción del grupo español El Último de la Fila que fue lanzado al mercado en 1985. Cuán cierto es. Esta crisis nos sumió en profundas diferencias y las exaltaciones se convirtieron en el nuevo pan de cada día. “Arrimados” en casa ajena, sometidos al rigor de las privaciones, a merced de unos pagos exiguos programados, el desespero parecía ser nuestro cobijo y lamento confesarlo, el calor entre sábanas se desvaneció.
Surgió la necesidad de que Kaori consiguiera un empleo y yo asumir las “labores de casa” y sobre todo el cuidado de Salomé. Tal mal pago era, que percibía yo más dinero por la incapacidad…¡imagínense el dichoso empleo! Eso sólo hizo que la relación fuera más caótica y para colmo Dios me tenía varias sorpresas preparadas, y vaya…nada piadosas…
En un “paseo” a nuestro nuevo “Club Social”, léase Centro Comercial Puerta del Norte, en Niquía (Bello), un domingo dos de septiembre de 2012, y mientras discutíamos mi Ángel y yo, sentí un dolor intenso en el sitio de fractura de mi fémur derecho, que incluso me impedía la bipedestación y con mayor razón la marcha. En fin, en cuanto llegué a la casa un par de analgésicos embebidos en agua lo calmaron y no presté más atención al “detallito”. Sin embargo, con un sinsabor acudí a Metrosalud y. a pesar de la burocracia logré que se me tomaran unos rayos X por cuenta de SURA. Lo detallado en la radiografía era peor de lo que me esperaba. De todos los tornillos que adosaban la placa a la fractura y la mantenían estable, dos se habían roto y me había refracturado…
Y bueno, una cosa es como médico y otra como usuario. Empezaba a desenmarañar las trabas del sistema de salud para que el paciente no sea atendido oportunamente, para que ese mismo sistema se ahorrase unos pesos y mantener viajando al paciente en el bus que cubre la ruta “paseo de la muerte”. El 5 de septiembre de 2012 fui a la Clínica del Norte y literalmente me devolvieron de la puerta. Me dirigí al Hospital Marco Fidel Suárez y se repitió la historia, salí con un papel como constancia de atención pero sin ninguna solución. Ya el jueves 6 de septiembre me acerqué a urgencias de la IPS SURA Córdoba, donde por urgencias suerte me atendió el Dr. Jorge García, ex compañero de trabajo en Copacabana, y quien acuciosamente me remitió de manera ambulatoria a la Clínica Soma.
Ya en urgencias ortopédicas de dicho hospital, el ortopedista Dr. Andrés Arango, luego de tres largas horas de dolor y larga espera, me atendió y me “informó” que debo ser reintervenido quirúrgicamente. Ya me imaginaba que debía pedir la autorización de la cirugía a la Regional Antioquia de SURA en la carrera 43 A No. 34-95, en el Centro Comercial Almacentro. Pero no, de manera aplicada, no sé si por el hecho de ser yo médico, me indicó que fuera a casa que él se encargaría de las diligencias y me llamaría para indicarme día y hora de la cirugía.
El Dr. Arango me llamó el jueves 13 de septiembre y me citó a la Clínica Soma para el día siguiente (14 de septiembre de 2012), para realizarme la cirugía, cuyo plan era retirar la placa anterior, ponerme una nueva más grande, con más tornillos y de mayor calibre y hacerme un injerto óseo, en la zona fractura, extrayendo hueso de la cresta ilíaca izquieda- Fui operado un día antes del Día del Amor y la amistad del año 2012. Ese regalo vendría sin envoltura ni moño pero sería una segunda oportunidad para recuperarme.
Al ser dado de alta, el 15 de septiembre de 2012, decidí irme a mi hogar materno por unos días para no ser una carga para mi suegra y porque, para variar la relación entre Kaori y yo pasaba por un tenso momento por las dificultades económicas, tantas, que nos obligaron a vender la nevera y el equipo de sonido. Quería también sentirme más cómodo porque como se supondrán, recién operado del miembro inferior derecho en conjunto con la pelvis derecha significaba otro buen tiempo en cama teniendo como paisaje el cielorraso.
Pero como dije, Dios me tenía preparado un “caldito” para alimentar el sufrimiento adicional que se avecinaba a pesar de “orarle” como lo hacía Woody Allen: “si Dios tan sólo me hiciera una simple señal…¡cómo hacer un ingreso a mi nombre en un banco!” Pero no…razón tenía el filósofo griego Heráclito de Efeso: “Dios es día y noche, invierno y verano, guerra y paz, abundancia y hambre”.
Salomé, de nueve meses ya, inició con una fiebre muy alta acompañada de un llanto persistente que yo escuchaba desconsolado por teléfono. El 18 de septiembre de 2012, dos días después del inicio de los síntomas que no respondían ni a los antipiréticos, ni a los remedios caseros, como padres tomamos la determinación de hacerla ver por un pediatra del Hospital Marco Fidel Suárez, donde trabajaba Kaori. Se le diagnosticó pielonefritiis por uroanálisis, una grave afección que requería hospitalización. Como Salomé estaba afiliada a SURA y ésta no tenía contrato de prestación de servicios con esta IPS,ordenó su remisión a un hospital pediátrico que se encuentra en el Poblado. Sopesando pros y contras decidimos pagar particularmente la hospitalización. Dentro de los contras estaba la falta de fondos para sostener pasajes y la permanencia de quien se quedara cuidándola. Dentro de los pros, la facilidad de firmar un pagaré que difería el pago de la deuda.
En cama, prácticamente inmovilizado, con mi bebé enferma y hospitalizada, sin poder ir a visitarla, hizo que me sumiera en una profunda depresión, lloraba inconsolablemente por momentos, inapetente, con insomnio, sin ganas de vivir…así pasaron seis días…hasta el 24 de septiembre de 2012, día de mi cuadragésimo segundo cumpleaños.
Ese día, mi ex cuñado me llevó en su carro para visitar a Salomé. Al llegar al hospital, Kaori me dice que ella ya fue dada de alta y estaba en casa. Me dirigí entonces a Copacabana. Vi a mi bebé ya saludable, un poco baja de peso, inquieta. Contrastaba con eso el malestar que yo sentía. Comencé con una fiebre muy alta que me hacía tiritar. Yo estaba desde días antes tomando antibióticos vía oral porque la herida quirúrgica parecía estar infectada, drenaba un líquido serohemático no fétido, pero por momentos abundante.
Cuando Kaori llegó del trabajo ese 24 de septiembre, yo me hallaba en el mueble de la sala, pálido, febril y sudoroso. Como era el día de mi cumpleaños, mi regalo fue una torta compraba en la esquina, me cantaron el happy birthday sin mucho entusiasmo y de regalo una que otra sonrisa. ¡Qué diferencia al de hace un año atrás! Con serpentinas, aleluyas, una torta con forma de pene y muy buenos regalos. Fotos y vídeos dan prueba de ello. Ésta era una evidencia más de que las finanzas iban en picada.
Ese mismo día, cerca de la medianoche, comencé con un dolor intenso en el muslo derecho, el que me habían operado, que me hizo consultar por urgencias al Hospital Santa Margarita de Copacabana. Me suministraron una primera dosis de dos antibióticos (ceftriaxona y gentamicina), sumándole un poderoso analgésico análogo de la morfina y me realizaron una curación. Pasada la media noche, ya el 25 de septiembre de 2012, me recosté en la cama en compañía de Kaori y Salomé. Recordé entonces lo que leí un día de la escritora y socióloga española Concepción Arenal: “el dolor es la dignidad de la desgracia”.
Siendo médico, me mediqué y por mi cuenta compré un antibiótico para suministrarlo intravenosamente. De la herida quirúrgica seguía drenando un líquido seroso, abundante, pero permanecía afebril. Hasta que al inicio del mes de octubre de 2013, comencé con fiebre y un dolor extraño y agudo que me impedían dormir. Lloraba y musitaba en silencio las plegarias que me sabía. Me retorcía y maldecía mis males. Entendí que el dolor es para la humanidad un tirano más terrible que la misma muerte. Y el pus apareció como mal presagio, como una complicación inesperada y que se me salía de las manos..
Me vi obligado a consultar en la Clínica Soma el 4 de octubre de 2012. Sabía lo que me esperaba, intranquilo porque tenía la cita en la Secretaría de Tránsito y Transporte de Bello para el 8 de octubre y no iba a poder exponer mis argumentos y controvertir los del conductor del tractocamión. Ese 4 de octubre, mi médico tratante, el ortopedista Andrés Arango, decidió entrarme a cirugía, en la que expuso a través de una incisión, paralela a la herida quirúrquica previa, la osteosíntesis y el injerto óseo. Tuvo entonces que hacer una secuestrectomías, desbridamientos y toma de muestras de laboratorio para identificar el patógeno que explicara la infección.
Se me dejó hospitalizado, aislado en una habitación, pensando que padeciera de una osteomielitis por un estafilococo aureus metilo resistente (SARM), una enfermedad altamente contagiosa y de muy difícil manejo, cuyo tratamiento ideal es con rifampicina más vancomicina. Al día siguiente se me sometió nuevamente a secuestrectomía17, desbridamientoque se repitió el 12 de octubre de 2013.
Esa época fue particularmente difícil para mí. Kaori iba muy ocasionalmente a visitarme y cuando la hacía, era precedida, como los rayos y truenos antes de la tormenta, de un sinnúmero de acusaciones, quejas monetarias, críticas y lamentos, eso sin incluir que no veía a la niña de mis ojos, Salomé.
Casi a diario se me sometía a curaciones. Debía permanecer largo tiempo en cama, soportar cuánto medicamento, medición de signos vitales, comida insulsa, canalizaciones fallidas una y otra vez, ser despojado de mi vellosidad para tal fin, entre otras, y que me hacían entender lo difícil y resignado qué es ser paciente. En esas largas noches pensaba en Salomé, mi hija menor, y entre lágrimas flotaban los recuerdos de un amor que veía morir…
Después de quince días, por fin el 19 de octubre de 2013 fui dado de alta con salud en casa. Regresé a mi hogar materno por las mismas razones que ya había referido: la situación económica, no quería ser una carga y una boca más para mi suegra, y la relación con Kaori sufría ya de una enfermedad lenta, crónica, que sumada a esta situación, parecía marcar un fin que la esperanza negaba dejar así.
Debía soportar con estoicismo que cada 12 horas, por cinco semanas, fueran a mi casa materna y me suministraran una medicina intravenosa que me producía un rascado generalizado y una irritación tal, que hacían que mi vida en esas dos horas algo inexpresable. Debía acogerme a mi condición de “macho” para resistir lo descarnado de las curaciones. Comencé, ya terminando el tratamiento venoso, con un efecto adverso de la vancomicina denominado Síndrome del Hombre Rojo). Otra complicación más que se presentó. Para completar el dantesco cuadro perdí 16 kilos de peso, padecí anosmia e hiporexia que hicieron mi alimentación un calvario porque, francamente no sentía hambre y la comida me sabía a rayos.
Faltando una semana para terminar tan duro tratamiento, creo que el 8 de noviembre de 2012, regresé por fin a Copacabana al lado de los míos. Pero ya no era igual. Kaori distraída, distante, con algunos comentarios conspicuos y venenosos hicieron por momentos que llorara en silencio, a borbotones, que se me desgarrara y alma y acudiera a la fe para no terminar de tajo mi vida. Ella era otra…simple…desparpajada…plana…sin una voz de aliento…
Llegó el 22 de noviembre de 2012, fecha del primer año de vida de mi hija Salomé (foto 35)….¡qué día tan triste! Sólo tuvimos para comprarle ropa para ese día, no hubo torta ni bombas, no hubo niños que juguetearan en el festejo. Cantamos el feliz cumpleaños de forma lacónica y desafinada. Eso me partió el alma…mi hija menor, con la que he tenido más afinidad, en medio de su inocencia, no veía nuestra impotencia y profunda congoja…ni un helado…maldije en silencio…ella se merecía más. Como testigo sólo queda una foto donde aparece acompañada por su Hermano Juan Pablo…solo de mirarla se me arruga el alma…
Me sentaba a las afueras, en el antejardín de “mi casa”, porque era en realidad de mi suegra, y hacía siempre una retrospectiva rápida de lo que había acaecido desde, durante y después del incidente. Tenía una mujer hermosa y encantadora por compañera sentimental, una bebé a quien le prodigaba mi cariño, bañaba y acicalaba cuando estaba en descanso, un hijastro colaborador y estudioso, a quien cuidaba como si fuera mío, un trabajo muy bien remunerado, en el que era el primero en producción y atención al paciente, con altas probabilidades de ser vinculado. Luego, por azar, en segundos, un accidente por negligencia de un conductor, me lleva a la práctica de cirugía tras cirugía, a complicaciones indeseables, a la pérdida progresiva de un nido que se desmoronaba a cada tropiezo, a la imposibilidad física de cubrir las necesidades básicas…y a la pérdida del amor que se me escurría entre los dedos…una sensación de impotencia y pobreza manifiesta…hasta que caí en brazos de la depresión…y se da inicio al culmen de otro relato…
25 de noviembre…25 de noviembre de 2012…una fecha para olvidar…los últimos cuatro días con una fiebre muy alta, tiritando, en vigilia por ratos, delirando…cavilando…en medio de esto Kaori y yo nos sentamos a dialogar, con franqueza, sin rudeza…con la verdad en las manos. Debíamos tomar una decisión difícil y decía yo, inaplazable. Al fin y al cabo éramos padres de una bebé, pero ya no nos soportábamos…debíamos aplicar un remedio eficaz sin nombre ni existencia…Walter Riso afirmó que “es preferible la soledad digna y sin conflicto, que una relación incompleta en la que la carencia manda”. Cuánta razón y sabiduría en esta frase…¿y si nos diéramos tiempo? Concluimos que era mejor así…separarnos…
Llego e 7 de diciembre de 2012, día de las velitas. Con relativo entusiasmo fui a visitar a Salomé…pasaron dos horas y no llegó, estaba con la mamá. El 24 de diciembre fui en la noche…compartí un buen rato con mi bebé y con Kaori crucé unas pocas palabras…el regalo del Niño Dios…ya ni recuerdo qué fue…el 28 de diciembre le leí una “carta”, que en realidad era un vídeo con palabras recitadas y en el que lloré con cada frase que me salía del alma…su única respuesta fue “¿por qué tan tarde…por qué ahora?” Me tuve que tragar mi impotencia y mi rabia…
Desde ese 28 de diciembre siempre que le escribía yo asumía mis errores y esperaba que ella hiciera lo mismo, como dicta la regla básica del diálogo…pero ella solo tenía un dedo acusador que me señalaba a mí y al viento, justificando lo que pasó, escudada en lo que había externamente olvidando que el problema estaba entre sábanas…tal vez no creyó en mí…le escribí a través de Facebook y ni una m como respuesta…le garabateé varias cartas, le hice vídeos y presentaciones… y permaneció mustia, sin emoción alguna.
Le escribí la última carta el 21 de enero de 2013 con todo mi sentir y pesar. Supuse que era la última vez que podría mirarla con la esperanza de reconstruir un hogar que el accidente, el tiempo, la falta de contacto y las desazones habían ultrajado. Había visto por casualidad unas fotos de ella y un joven, al que no conocía, abrazados y posando para la cámara…bueno al fin y al cabo éramos casi amigos y poco menos que hermanos, pero eso me afectó al ánimo y resintió mi corazón. El 22 de enero de 2013 fui a Copacabana…una hora esperando y ni rastro de ella ni de Salomé…apareció primero mi ex suegra y entablamos un plática llena de tintes, soledad y amargura…yo solamente quería despedirme de Salomé. Y qué sorpresa…la veo llegar como copiloto de una camioneta último modelo acompañada del joven que ya había visto en las fotos con ella…se acercó sonriente, nerviosa y como cosa rara, muy formal, preocupada. Eso sólo ratificó que la separación estaba en firme…me despedí en silencio con una angustia existencial que me caló hondo.
El 23 de enero de 2013 fui operado en la Soma ya por sexta vez, ahora con un segundo injerto óseo. Salí de cirugía y me ubicaron en una habitación y contaba solo con la compañía de mi hermana. Recibí una llamada de Kaori al celular, cosa que me pareció extraña porque yo presumía que no había más que hablar luego de lo ocurrido y visto en la noche inmediatamente anterior, y porque eran ya pasadas las 9:00 p.m.. Quería subir a verme, por eso mi hermana tuvo que bajar a portería para permitir su ingreso. La vi con ropa nueva, bien maquillada y peinada, estrenando un Blackberry de última generación y que, según ella, había fiado para darse un regalo de cumpleaños, que había sido una semana antes, y que un infidente ya me había comentado quién se lo había regalado…el “amigüito”. Hablamos de cosas insulsas, que realmente sólo debilitaban aún más mi alma. De despedida me dio un pequeño beso y ahí sí…peor…porque la esperanza volvió a coger vuelo pero no tenía dónde aterrizar. Cuando mi hermana sube, ajena a todas las dificultades por las que pasábamos Kaori y yo como pareja, me cuenta como infidencia que la vio montándose a una camioneta…hummm…¡aquí había gato encerrado! Y yo ya me sabía el nombre….
El 25 de enero de 2013, ya en mi casa materna, me llama al celular, me dice que le hago mucha falta….que me quiere mucho…¡vea pues! Entonces al fin qué…¡pan y rejo a la vez!…¡¡¡no jodás!!! Pero a pesar de todo quedamos de tener otra nueva conversación por enésima vez.
Entre tantas cosas, se me olvidó contar que asistí dos veces a consulta con la médica general, en Coopsana Centro, IPS de SURA EPS, por llanto inmotivado, ideación suicida, inapetencia, insomnio, no me provocaba bañarme o afeitarme. Diagnóstico: depresión. Tratamiento: fluoxetina 20 mg vía oral cada mañana y clonazepam de 2,5 mg/mm 15 gotas cada noche. Fui remitido al siquiatra, porque no había remisión de los síntomas, que luego de preguntarme una y mil cosas, me diagnosticó depresión recurrente y me reforzó el tratamiento: fluoxetina 20 mg vía oral cada 12 horas, imipramina 25 mg vía oral en la noche y clonazepam de 2,5 mg/mm 15 gotas cada noche, que hoy aún tomo.
Desde enero hasta julio de 2013 han pasado muchas cosas. Se agudizaron las penumbras económicas, se tuvo que empeñar el Play Station y el portátil que a la postre se desaparecieron en manos de los prestamistas…ceder en préstamo lo único que me quedaba, mi anillo de oro con la figura de la Virgen del Carmen porque sentí fallecer de tristeza, angustia y consternación ver cómo Salomé tomaba aguadepanela porque no había leche. Eso desgarra el alma y hace brotar el ser oscuro que se haya tras esa máscara que nos ponemos. Pensaba en lo absurdo de la justicia colombiana, y me perdonan el pleonasmo, pero es increíble como en Colombia los hombres de bien, cuando quieren hacer las cosas correctamente se encuentra que la misma Ley y quienes la aplican se encargan de poner traspiés tras traspiés. Yo, mis hijos menores y mi madre dependían exclusivamente del dinero de esta incapacidad, pero vean los problemas para reclamar lo que en la Ley ya está reglamentado.
Mi fondo de pensiones es AFP Horizonte Pensiones y Cesantías. Este fondo, de manera arbitraria, saltándose la Ley que las cobija, me empezó a pagar la mitad del subsidio de incapacidad que me daba mi EPS SURA amparándose en el artículo 227 de Código Sustantivo del trabajo que a continuación transcribo: “Valor de Auxilio. En caso de incapacidad comprobada para desempeñar sus labores, ocasionada por enfermedad no profesional, el trabajador tiene derecho a que el {empleador} le pague un auxilio monetario hasta por ciento ochenta (180) días, así: las dos terceras (2/3) partes del salario durante los primeros noventa (90) días y la mitad del salario por el tiempo restante”.
Viendo tal desfase en la liquidación de mi incapacidad, más de $600.000 por cada mes de la misma, y sabiendo que dicho artículo es inaplicable para los fondos de pensiones, inicio el reclamo pertinente a través de los canales facilitados por dicho fondo de pensiones, donde no encontré eco. Entonces me hice con las herramientas dadas por la Constitución Política de Colombia:
Les envié un derecho de petición invocando el Decreto 2463 de 2001, en el artículo 23, ítem 6, que establece: el: “Para los casos de accidente o enfermedad común en los cuales exista concepto favorable de rehabilitación, la administradora de fondos de pensiones con la autorización de la aseguradora que hubiere expedido el seguro previsional de invalidez y sobrevivencia o entidad de previsión social correspondiente, podrá postergar el trámite de calificación ante las juntas de calificación de invalidez hasta por un término máximo de trescientos sesenta (360) días calendario adicionales a los primeros ciento ochenta (180) días de incapacidad temporal otorgada por la entidad promotora de salud, siempre y cuando se otorgue un subsidio equivalente a la incapacidad que venía disfrutando el trabajador” (subrayado mío). La respuesta, extemporáneamente por demás, consistió tan solo en una relación de los pagos que me habían hecho.
Instauro entonces una tutela citando dicho artículo (el 23 del Decreto 2463 de 2001), apuntalándome en apartes de la sentencia T-182/11 de la Corte Constitucional: “cuando el no pago de las acreencias laborales vulnera o amenaza los derechos fundamentales como la vida digna, el mínimo vital, la seguridad social, y/o la subsistencia; la tutela procede de manera excepcional, para la reclamación de aquellas prestaciones que constituyan la única fuente de sustento o recursos económicos que permiten sufragar las necesidades básicas, personales y familiares de la persona afectada, toda vez que se está en presencia de un perjuicio irremediable solamente susceptible de ser remediado con una protección inmediata y eficaz, como sucede con el amparo constitucional que se otorga por vía de la acción de tutela”.
Dicha tutela fue declarada improcedente y fue apelada, porque mi abogada y yo estamos seguros de que el Juez 35 penal Municipal con función de control de garantías no falló en derecho. Esto porque: Primero, hizo como parte del proceso a EPS SURA quien no era la entidad entutelada. Segundo, tomó sólo en cuenta para el fallo la posición del fondo de pensiones que se apoyó en el artículo 227 del Código Sustantivo del Trabajo, que ya fue rebatido por la sentencia T-468/10 del 16 de junio de 2010, puesto que el cumplimiento de dicho artículo corresponde en este caso a la EPS SURA. Tercero, ignoró el artículo 23 del Decreto 2463 de 2001en el que se obliga a los fondos de pensiones pagar las incapacidades por el mismo valor que lo venía haciendo la EPS hasta el día 180 de incapacidad. Cuarto, se pasó por la faja la sentencia T-468/10 del 16 de junio de 2010 emanada de la Corte Constitucional, que confirma y sienta jurisprudencia, que a partir del día 181 hasta el día 540 de incapacidad los pagos de la misma corren por cuenta del fondo de pensiones al que esté vinculado el empleado. Quinto, ignoró la Sentencia T-182/11 que en sus apartes señala: “cuando quiera que no se paguen las incapacidades laborales de manera oportuna y completa, se afecta el mínimo vital del trabajador y el de su familia, razón por lo cual la acción de tutela es procedente”. Sexto, otra inadvertencia de gran calibre, fue ignorar apartes de la Sentencia de la Corte Constitucional T- 772/07 de 2007, donde se reafirma que el no pago de la incapacidad vulnera el derecho a la salud, en conexidad con la vida y al mínimo vital. Séptimo, violentó los derechos de mis dos hijos menores, Stiven de 15 años y Salomé de 19 meses, que priman por encima de cualquier otro, pues ellos dependen económicamente de mí, así como los de mi madre, que ya está muy cerca a ser de la tercera edad, y que no percibe ingreso alguno (no trabaja y no está pensionada), y a la que le pago el seguro de salud y le cubro gran parte de su manutención. Aún sigo pendiente del fallo de dicha apelación.
Y ni hablar de mi hogar, de los sueños de reconstruirlo. No hubo día de madres, mucho menos del padre. Vivo confinado en cuatro paredes y sólo salgo cuando voy al médico o tengo dinero para ir a Copacabana, cosa que se me hace imposible porque cada carrera taxi me cuesta entre $18.000 y $20.000, y aprovecho el pago de las incapacidades para verla y aportar con un granito con su manutención. A mi hija menor no la veo desde el 24 de mayo de 2013 porque el fondo de pensiones no me ha hecho efectivo los pagos esperando que surtan efecto todas las instancias de Ley.
Mi hijo Stiven reclama mi presencia, y a sus 15 años me solicita lo que debería brindarle…pero a diferencia de mi inocente Salomé, él me insiste con ahínco y solo puedo balbucear cualquier excusa y tratar de hacerle entender mi difícil situación. Debo soportar que en este primer semestre haya perdido siete materias, que por iniciativa propia se haya retirado del Inem del Poblado y ande con amigos poco fiables…sin Dios y sin Ley…¡protégelo ya que yo ahora no puedo! Y la historia se vuelve más oscura y más triste, cuando la última revisión con el ortopedista empañó aún más el futuro. La fractura del fémur no ha consolidado bien y mi caso será llevado a un staff médico para definir si se opera nuevamente o si se da un compás de espera. Y en eso voy…
Estoy a la espera de que un fondo de pensiones y un Juez de la República vean en mi caso, aunque sea uno más de los que cada día enfrentan, no un número de radicado más, no un nombre más, puesto que no soy un ser anónimo…tengo un nombre propio, una historia y con el permiso de Dios para incidir sobre la vida de mis pacientes. Soy un ser, no un ente, que está reclamando usando la Ley como herramienta, lo que en derecho es mío. No soy un mendigo, soy un médico que también trabajó por y para la comunidad, que tenía una vida que era casi perfecta, una familia construida una mi esposa y dos hijos…un hogar en el que cuatro éramos tres…
Mi vida dio un vuelco total cuando un imprudente conductor parqueó en un sitio prohibido sólo para responder el celular, un señor que al parecer desconocía que existe el “manos libres” para contestar mientras se maneja, un indolente que siguió hablando por el móvil, se acercó a mí y ni me auxilió. Dio un vuelco, cuando en la última conciliación fallida, ese mismo conductor de manera grosera inquiere por el vídeo, me trata con agudeza como un trasto roto que él no tocó, y que al leer su declaración ante el tránsito pareciera como si el que se accidentó hubiera sido un bicho. Dio un vuelco, cuando su abogado me trata despectivamente tachándome de ciego cuando me habló de forma prepotente “pues no ves una mula en una recta vas a ver unos conos”…porque la ignorancia es atrevida y para este caso aplica un dicho que siempre nos dicen nuestros profesores: “el que sólo sabe de medicina, ni de medicina sabe”. Me duele que vivamos en un país en que se premia la viveza y se castiga la honestidad y que la ley se enlentece para quien evita las vías de hecho y cree que aún que el amor, la sinceridad, la buena fe y el diálogo lo todo pueden.
Dio un vuelco porque ahora aparezco reportado en las centrales de riesgos, cuando yo he sido puntual con mis pagos y ahora deba enfrentar hasta con sorna y desvergüenza a las oficinas de cobranza cuando llaman a hacer su oficio. Dio un vuelco cuando se me condenó casi a la miseria, a vivir en una silla de ruedas mientras mi cuerpo se cura por sí solo…porque sabe qué señor lector, no sé si usted ha padecido lo que se siente ver el desconsuelo de una madre que ve su nevera vacía y un hijo desvalido a quien mantener…no tener un céntimo en el bolsillo y ver llorar a una bebé porque está enferma o porque sólo hay aguadepanela y una arepa para ofrecerle y seguir acumulando deudas para solventar los gastos, luego de haber acabado ya con las pocas cosas que teníamos como haberes.
Dio un vuelco porque ahora miro a la soledad de frente como si pudiera ser mi amiga…cuando mi cama huele a sudor y lágrimas y se encuentra vacía porque mi Ángel…mi Kaori…la del cuerpo que olía a flor y miel como su juventud, parece ya no amarme…porque se cansó de esperar. De eso fueron testigos mudos las paredes de una alcoba un sábado 16 de marzo, donde abrazados a la fuerza por la costumbre, donde la música fueron sus gemidos fingidos, donde su desnudez era acicalada por mis manos, donde le hablé al oído y en silencio me despedía, porque como suponía…sería la última vez que seríamos uno solo…
Al final, las lágrimas me salen a cuentagotas….se las llevó el recuerdo, la incertidumbre…la amargura…la impotencia…se fueron en busca de caricias que ya no son mías… se fueron sin ser escuchado…se fueron tras un sueño del que sólo quedan los recuerdos plasmados en cartas y las fantasías perdidas, todas exhibidas en una página Web https://kaory-koizumi0.webnode.es, una página que cree para eso…para que la esperanza no muera como murió parte de mi historia debajo de un tractocamión…
Bien decía John Winston Ono Lennon: “vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor mientras la indiferencia y la injusticia se practican a plena luz del día”.
Con humildad, este suscrito, Víctor León López a los 11 días del mes de julio de 2013…
“El problema del matrimonio es
que se acaba todas las noches
después de hacer el amor,
y hay que volver a reconstruirlo t
odas las mañanas antes del desayuno”.
Gabriel García Márquez